Pregón Semana Santa Arriate 2010 (Francisco M. Gamarro)



PREGON DE LA 

SEMANA SANTA 


ARRIATE 2010


26 DE MARZO DE 2010, 

VIERNES DE DOLORES

FRANCISCO MANUEL GAMARRO SANCHEZ

            Dos años, dos años separaron el tren que te llevaba a la gloria de la locomotora diesel de nuevos aires que me traía al mundo. El tuyo, un tren de lento rugir, de negro carbón como la negra mortaja de hábito nazareno que te recubría para que el revisor viese que el viaje estaba pagado. Contigo se iba una Semana Santa plagada de penurias, dificultades e incluso momentos dramáticos (como los de aquel año que a la memoria duele recordarlo). Pero también te llevabas un zurrón atestado de bellos, profundos y excitantes momentos: el renacer del Crucificado de la Sangre, la llegada del Santo Entierro en un portentoso trono dorado, envidia de faraones (¡Cuánta sabiduría había en aquella junta de gobierno!); altares de culto de infinitas velas, trascendentales sermones de predicadores, llegados incluso desde el Omnium Santorum en un templo abarrotado de gente; aquellas Semanas Santas de guardias de romanos al monumento, de figuras bíblicas y trompetas alertando a la población de la traición obrada sobre Jesús de Nazareth...
           
            A la par, otro tren llevaba a miles de arriateños a un éxodo en busca de una Tierra Prometida que aquí no encontraban. Cuarenta días en el desierto, que en su caso se convirtió en una Cuaresma de años y para algunos en él resto de su vida. Un éxodo camino de un Egipto que se llamaba Francia, Cataluña, Suiza o Alemania. Siempre merecerán el mayor de nuestros reconocimientos, y tanto que los echamos de menos en estos días de pasión que nos gusta tener presente a todos los arriateños.

            Abuelo Francisco, transmite mi saludo a los palcos celestiales, donde tanta gente querida siento hoy presente. Sé que tus últimos años fueron difíciles, que la ceguera te privó de ver ese Cristo que tanto amabas  porque era uno más de tus niños, pero te abrió los ojos del corazón y aprendiste a ver hacia dentro. No sabes cuánto me hubiese gustado conocerte y me hubieses contado de primera mano historias apasionantes de aquellas Semanas Santas al abrigo de una copa de carbón. Por lo que me han hablado de ti sé que te debo el legado de este bendito “veneno” cofrade, que me transmitiste a través de tu hijo y mi padre; con mi madre como garante de ese legado, respetando y fortaleciendo mi condición de cristino, pero enriqueciéndome con la devoción a otras imágenes.
           
            Ruego a los presentes me disculpen, en seguida estoy con ustedes. Pero sentía la obligación de dirigirme a aquellos que me enseñaron de donde vengo. Acordaos por un momento de quién os mostró el fascinante mundo cofrade y guió con celo mimoso vuestros primeros pasos, y os señaló con dedo índice alzado al que hoy ocupa en el corazón el rincón de vuestras devociones... De seguro sabrán disculparme.

            Permitidme también tener un recuerdo en este pregón a la memoria de mi tía Paca y mi tío  y amigo Enrique, recientemente fallecidos en esta cuaresma.

            Señor Alcalde y Corporación Municipal de este Ilustrísimo Ayuntamiento.
            Señor Cura Párroco de esta nuestra quinta-centenaria Parroquia.
            Hermanos mayores y juntas de gobierno de pasión y gloria.
            Reverendas y apreciadas Madres de San José de la Montaña.
            Pregoneros que me precedisteis en este estrado.
            Y, ante todo y sobre todo, amigos y paisanos que hoy me acompañáis.

            No quiero caer en la falsa modestia de decir que he recibido un alto honor que no merezco, porque, ser designado pregonero, ni se merece ni se deja de merecer. Se trata de un don divino que no queda más que agradecer. Siendo de buen nacido, agradezco, no sabéis cuánto, a esta Corporación la designación que en mí habéis hecho y por la que me siento enormemente honrado. Cuando el amigo Paco Tenorio, como Concejal del gremio cofrade, me comunicó la elección, exclamé, más o menos, que me había echo una bonita “jugarreta”. Y bonita “jugarreta” porque, si bien, acarrea un trabajo laborioso con desvelos y preocupaciones, también es cierto que es un enorme y grato privilegio. Son indescriptibles las emociones y sensaciones que se experimentan al pensar que, en el teatro más soñado, te piden que seas ese Gabriel que anuncie a los cuatros vientos la llegada de la Semana Mayor de nuestro pueblo, que les pregone sobre los sentimientos cofrades que tan arraigados tenemos, desde la piel hasta la médula. Por ello le digo a futuros pregoneros que si el ángel anunciador os visita para estos menesteres, no tengáis el menor atisbo de duda y con un sí rotundo responded como la Virgen María: “Hágase en mí, si esa es tu voluntad”.

            Como si de un embarazo se tratara, un embarazo concebido en la algarabía de los chiquillos en la mañana del Domingo de Resurrección del año pasado. Once meses largos de gestación y ya nos llega, una nueva Semana Santa verá la luz en breve. La primera “falta”, esos inquietantes primeros síntomas, nos llegó con las cruces triunfantes de mayo. Continuó gestando y formando el cuerpo con la Virgen Madre de los Prados y con los solemnes Corpus del cálido junio. Sentimos las primeras “pataditas” en octubre, con la Virgen del Rosario coronada de gloria, y nos supieron, valga la redundancia, a gloria. Una ecografía de éxtasis, luz y pureza con la Inmaculada nos confirmó que iba por buen camino. Algunos contratiempos si que ha habido, lo normal en todos los embarazos, como las filtraciones de agua en este útero parroquial en el pasado invierno. Más bien parecía que el que cumplía quinientos años era el templo y no la parroquia. Pero salimos adelante, la preparación al parto la hicimos en esta Cuaresma de besapiés, novenas, triduos y quinarios.
           
            ¡Y ya nos llega! Ahora ese arcángel anunciador de las buenas noticias no viene a traer un anuncio de concepción. No. Gabriel nos trae la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, nos trae la SEMANA SANTA. Con mayúsculas. Y en los colegios, las Vacaciones de Semana Santa. ¿A qué viene eso de “vacaciones de primavera”? A los señores dirigentes de corte norteño, postulantes de oficializar tal término, les diría que eso, por muy floreado que suene, no cuela. No me líen ustedes a los niños, que ellos, llegando tal día como hoy, Viernes de Dolores, saben muy bien lo que les toca. Y lo que quieren es que las madres le saquen ya las túnicas, que si por ellos fuera mañana mismo la tenían puesta, quieren revolotear por las capillas y reventar el oído de los padres a tamborazos. A esos señores, yo les propondría un trato: yo les respeto que  no les guste esto y que se vayan a la sierra o la playa. A cambio que nos dejen con lo que nos gusta, con lo que ahora nos toca, con la Semana Santa.

( LAS GLORIAS)
           
            En un pueblo como el nuestro, es difícil disociar las hermandades de penitencia de las de gloria por la íntima interrelación entre ellas. Comparten parroquia, hermanos y a veces enseres. Todas forman parte del mismo orbe cofrade en una sucesión de actos  y cultos en los que se van acompañando sucesivamente. Además, nuestra Semana Santa, ¿acaso no es una “gloria” de Semana Santa? Si fijamos ésta como culminación del itínere cofrade, su inicio lo encontraremos pronto, en mayo, con la exaltación gloriosa, precisamente, del símbolo por excelencia de la pasión de Jesucristo, la cruz triunfante de la redención.

             Llegará ese mayo de máximo esplendor de la naturaleza y Arriate paseará la Cruz entre el exuberante verde del Llano del mismo nombre, al igual que desde siglos vienen haciendo en La Cimada. La Romería de Arriate, heredera de la tradición de la antigua Fiesta de la Cruces, cumplía el año pasado su veinticinco aniversario. En conmemoración de ello, exornaron el templo con las antiguas cruces de los diversos nichos que había en el pueblo, bello gesto conmemorativo de una tradición que Arriate nunca debiera haber dejado que se perdiera. La Hermandad de la Cruz de Mayo rindió visita a su homónima de La Cimada en un justo reconocimiento a la que había mantenida viva, desde tiempos remotos, la tradición crucera:

            En el año dos mil nueve
            cumplía bodas de plata,
            misa romera en la iglesia
            con las cruces adornada.
            Con ganas de celebrarlo
            se fueron a La Cimada.
            Allí hubo casamiento
            de las dos cruces hermanas.
            La una cayó en el olvido
            y ya está recuperada,
            la otra siguió caminando
            por antiguas sevillanas.

            Para anunciarlo a los vientos,
            un repique de campanas.
            Tuvieron como testigo
            la lluvia que no cesaba,
            el camino de Los Pinchos
            vestido de verde agua
            y los trajes de romero y
            las casas de Cantarrana.

            Cuando la tarde caía
            y al pueblo ya regresaba,
            suplicante le pedía
            aún es pronto no te vayas.
            Con un abrazo de hermanos
            rezaron por sevillanas.
            Que bonito hermanamiento
            ¡Arriate y La Cimada!
           
            De mayo a junio el sol irá pintando de ocre el verde tapiz. Del dorado de los trigos germinará el fruto más bendito, Jesucristo Sacramentado, y en torno a él las procesiones del Corpus: la campestre en el incomparable marco escénico natural de La Cimada y las de Arriate, bajo el auspicio de la Hermandad del Santísimo Sacramento, madre y maestra del resto de hermandades, culminación de la pasión de Cristo. Debiera este pueblo, dotado especialmente de finura y buen gusto, volcarse un poco más con la procesiones del Corpus. ¿En qué baúl habremos guardado esas mágicas noches de vísperas de ilusionados preparativos del exorno? ¿Dónde estará la llave de la memoria  que no recuerda aquellos nocturnos y exultantes correteos infantiles de calle en calle, aprovechando que los padres estaban preparando para la llegada del Santísimo? Noche especial en que el catre bien podía esperar unas horas más.
             
            Especialmente simbólico, el de San  Pedro, exquisito privilegio de varios siglos del que gozan pocos pueblos y ciudades, y que debiera ser, más si cabe, nuestro santo y seña. Sea cual fuere la causa de su origen,  bella tuvo que ser, para motivar la salida de Dios a la calle por una segunda vez.
            
             Un primer domingo de junio, de los últimos jugos de la tierra, brotó la flor de la pureza en la pradera. Como no podía ser de otra manera, la llamaron Prado y es hoy  la madre de todos los pradeños. Los Prados comparten con nosotros las devociones pasionales de Semana Santa, pero les faltaba el complemento glorioso, cumplimentando ahora con la Virgen del Prado. Maravillosas estampas visuales, con nuestro valle de fondo, se contemplan cada primer domingo de junio. Su señora Madre patrona se paseará con elegancia sobre los recios hombros de sus costaleros vestidos de blanco “segaó”. (Por cierto que no se cae la Virgen, eso no es una cuadrilla de horquilleros, eso es un encofrado de hormigón con gavillas del veinte). Recios hombros que ahora vestirán de negro y morado. Los Prados y La Cimada, si no lo son en el plano administrativo, en el plano devocional, son tan de Arriate como los que aquí vivimos, tan como de Arriate es la Parroquia donde se bautizaron, se casaron y dieron cristiana sepultura a los suyos.
           
            Llegó una Virgen morena
            y Los Prados cautivó
            con su mirada serena,
            fuente de gracia y de amor,
            ante Dios, nuestra mecenas.

            Pasado los calores estivales, nos llegará el mes de octubre, mes del Rosario con sus rezos y plegarias de madrugada. Mes de la Patrona que bendecirá las calles de su pueblo, con su peculiar andar valiente, acompañada por su extraordinaria banda, la que lleva su nombre, y que con tanta categoría lo está paseando por los confines de Andalucía. Del cándido sueño infantil de un grupo chavales  surgió la realidad actual de la mejor banda de cornetas y tambores de Málaga.

            Dentro del rigor del invierno encontraremos el último cálido oasis de gloria: la muy amada, alabada y cantada Virgen Inmaculada. La que paseará en la cumbre de la gloria con un acompañamiento musical inigualable: de un lado, nuestra querida banda municipal de música, siempre dispuesta, siempre generosa, sacando adelante un difícil proyecto con exquisito paladar. También se verá acompañada por los sones ancestrales de los Auroreros. Belleza sobre belleza, bellas salves para la más bella. Que suerte tuvo mi abuela María, devota fiel de la Pura y limpia, que le cantarán una de esas salves estando de cuerpo presente, y su hijo Rafael entre ellos:

            Que suerte la tuya, abuela,
            en aquella madrugada,
            te cantaron en tu puerta
            rezos de salve mariana.
            Te los mandó la Señora
            para llevarte en volandas      
            y tenerte junto a ella,
            la de piadosa mirada.
            Te los mandó la señora
            a la que  tanto rezabas,
            la niña reina del pueblo
            ¡María siempre Inmaculada!
            
             Hace varios años, cuando las procesiones de gloria adolecían víctimas de la desidia y el abandono, arribó a nuestras orillas un galeón con veinte bravos guerreros de diferentes nacionalidades. Al modo de los soldados de la ONU en misiones de paz, costaleros de Alcalá, de Ronda y, como no, de Arriate, desembarcaron en misión de salvamento. De la mano de la Hermandad del Santísimo Sacramento y de un mayordomo valiente que salió a recibirles, llegaron para luchar contra la decadencia con las únicas armas que conocen: un costal, una faja y una voluntad de fatiga inquebrantable. Veinte corazones de diferentes nacionalidades pero que, en las altísimas temperaturas que se soportan abajo, en la galera, se funden en un solo corazón, mirada al frente, remando en la misma dirección.
            
               Sin pico pero con pala, porque de nada sirve el pico si no se tiene la pala para sacar la abundante arena que lastra hoy día nuestras tradiciones.
            
               Costaleros que están contribuyendo a que Dios transite con la elegancia digna de su majestad, en nuestro entrañable Corpus; que nuestra patrona recorra las calles con, permítanme la expresión, altanería y suficiencia, sin miedo a regresos accidentados; y, más recientemente, nuestra Inmaculada, madre de auroreros, pasee su belleza y coquetería celestial de manos enjutas, con la suprema gracia que ella atesora.
           
            Tenga piedad vuesa merced
            y no sea el juicio severo,
            que grande es la penitencia
            de sudor y de esfuerzo.
            Ocultos en la galera           
            en silencio y con respeto,
            mas con la única vanidad
            de llamarse costalero
            y pasear con majestad
            a la reina de los cielos.

(LAS “NIÑAS”  DE MADRE PETRA)

            Uno de los momentos más cruciales de nuestras procesiones se produce al transitar delante del Asilo, esa casa de Dios en la que su Hijo tiene querencia, que hace más de un siglo fundara una monjita tenaz, luchadora y de corazón inmenso que se llamó Madre Petra. Reconocida actualmente en Roma como beata, nosotros sabemos a ciencia cierta que es santa en toda regla y no debiera tardar mucho la Santa Sede en proclamarlo. Si ya se le reconocen ciertos milagros íntimos y pertenecientes a la esfera privada, hay, sobre todo, un milagro público y notorio que no es otro que las varias decenas de casas de asilo, donde acogieron a huérfanos y ancianos desamparados, atendidas por estas reinas de la pureza que su sentido de la vida es dar la vida por los más necesitados. Y todo ello comenzado de la nada, ¿acaso no es esto un gran milagro?
           
            Éste pueblo tiene la inmensa suerte de contar con una de esas casas, una acogedora morada en un idílico entorno, sin lujos pero con las condimentos necesarios para cubrir  las necesidades y el bienestar de los ancianos, aderezados con el cariño que prestan  el personal laboral y las monjas. Y en esta casa reside una Hermandad íntima, discreta, tanto que nos pasa desapercibida, pero que más ejemplar no la hay:
            
            Es la Fervorosa, Humilde, Solidaria, Generosa y Caritativa Hermandad de San José de la Montaña, Madre de los Desamparados y Santa Petra. De hábito blanco que más puro no lo hay, con votos de pobreza y humildad. Escaso patrimonio artístico, tampoco lo necesitan porque su patrimonio espiritual es inmenso. Realizan estación de penitencia los 365 días del año, y, contradictoriamente, siendo la penitencia tan dura, les sabe a procesión de gloria. Su cruz de guía..., la vida de su fundadora, labrada y cincelada en el taller de orfebrería del Valle de Abdalajís. No portan velas porque mantienen la luz de la fe siempre encendida. ¿Cruces? Cruces si cargan sobre sus hombros, todas las que a la sociedad les sobra. Su trono..., un centenar de “abueletes” cuidados como reyes, con la ayuda de un magnífico grupo de profesionales que hace las veces de horquilleros. 

            Esta Hermandad huye de las vanidades. El único orgullo que llevan a gala es formar parte de la Iglesia. Y...¡Madres! Tendríais que recordarnos más a menudo que también vosotras sois Iglesia. Recordárselo a esa parte de la sociedad que considera a la Iglesia Católica una lacra social y al mencionarla suelen hacerlo con ironía y desprecio. A esos debierais recordarles que sois vosotras las que os hicisteis cargo del cuidado de sus padres y abuelos, sin poner trabas en la entrada, sin pedir nada a cambio; porque algunos ancianos, por no traer, no traían ni carné de identidad, y no exagero.

            Pero también tendríais que recordárnoslo a nosotros, a los que nos llamamos cristianos y somos unos acomodados utilizando el nombre de Dios en vano. Debierais refrescarnos la memoria sobre que es ser y hacer Iglesia. Explicarnos más a menudo lo que significan las palabras caridad, humildad, confianza en Dios, amor al prójimo, despego de los bienes materiales y no caer en las redes de las vanidades mundanas. Tendríais que llamarnos la atención más a menudo porque, cuando el mensaje de Cristo nos resulta duro, solemos mirar hacia otro lado.

            Habría que dar gracias a Dios todos los días por teneros aquí, con nosotros. Merecéis todo nuestro reconocimiento. Sé que vuestros votos os prohíben caer en vanidades y ostentaciones públicas, vuestro premio está en otro mundo. Pero, lo siento Madres, a nosotros nada nos impide hacer pública nuestra gratitud: por eso aquí el pregonero quiere pedir un aplauso, evidentemente no para mí, sino para vosotras, en reconocimiento de vuestra muy noble labor en pro de los necesitados. Gracias y benditas seáis por siempre ¡Madres de San José!

(LA MANTILLA)
           
            Si hubiese que establecer la mejor indumentaria para la mujer en los días grandes de nuestra Semana Santa, ese no sería otro que el traje negro de  mantilla. Es tal su elegancia y respetuosidad que cabría, no sólo para las procesiones, sino para vestirlo todo el día. Y no caben injustos requisitos de edad: apropiado es para las jóvenes, pero también lo es para las menos jóvenes que aportan el caché de la veteranía y la solera:

            No tengas temor, mujer, de la belleza
            de las mantillas de tez delicada,
            ni te apure tu edad avanzada,
            ni las arrugas te causen tristeza.
            Son otras las virtudes que interesa
            a Nuestra Dolorosa venerada.
            Si en tu corazón oyes la llamada
            no haya en ti remilgos ni pereza:
            de negro y tu rosario entre las manos
            acude presurosa a la capilla
            y al llegar, junto a todos tus hermanos,
            con devoción, respeto y de rodillas
            rezarás a tu Cristo soberano
            dando gracias por verte de mantilla.


(EL NAZARENO DE FILA)
           
            En los días venideros túnicas, antifaces y cinturones bordados reposarán sobre tendederos de cuerda o barandillas de escalera destilando el rancio perfume de alcanfor.             

            Nos recrearemos en su contemplación y generará en nosotros una inquietud que irá “in crescendo” conforme se acerquen los días soñados. Al llegar ese anhelado jueves, viernes o sábado y cumplir el sagrado ritual de vestirnos de nazareno, un escalofrío de emoción recorrerá nuestro cuerpo al igual que el del guerrero vistiendo su mejor armadura para la batalla de los días grandes. Túnica de larga cola, con cordones y cinturón bordado, tan nuestro, antifaz sobre capirote y nada más, que ya está más que completo. Que para niños y mayores ese es el hábito arriateño.¡Madre, no me pongas mi cinturón, mejor aquel, el del abuelo, anoche soñé con él y me lo pidió desde el cielo! Un beso de buena de suerte y un hasta luego, presurosos y refugiados en el anonimato ganaremos el camino más corto hasta la capilla, y de la capilla al cielo. Nos pellizcaremos creyéndonos en un sueño. ¡Llegó el día anhelado!
           
            Al abrir de puertas, saldrá la cruz de guía,  senatus de un ejército silencioso y ordenado, el de los cientos de nazarenos de fila. Por armadura, un hábito de nazareno negro o morado, por celada, capirote con antifaz, que tan sólo deja entrever los ojos para proteger el anonimato y la intimidad. Empuñan espadas de luz, testimonio de fe viva. En gesto de humildad, arrastran la cola para limpiar el suelo y proteger de mácula los benditos pies de Cristo. Es éste, sin duda, uno de los símbolos más bellos que la Semana Santa pueda tener. ¡Túnica de cola!, tesoro de las Hermandades con la solera de varios siglos. Cansinamente irán ganando metros con la emoción de saber Quién viene detrás y que la cola arrastrada de su túnica conforma, con la de los otros penitentes, la mayor alfombra que se haya tejido para el Rey de Reyes.

            En la intimidad y recogimiento que presta el antifaz, el nazareno rebusca en el rincón más escondido del alma, donde hace tiempo que no mira, y se le va la mente a ese cofre de la memoria donde guarda la mesa-camilla con copa de carbón en casa de la abuela, escuchando embelesado las historias de aquellas novenas y quinarios, aquellos años en que tanto se iba la luz y quedaban las velas. La misma vela que ahora te hiptoniza con sus caprichosos requiebros y te distrae en las paradas, entre algún que otro rezo.

            Así hasta llegar a la capilla, recoger la cola, cruzar cómplices miradas de satisfacción con los compañero de fila por el deber cumplido y esperar, esperar con la nerviosa emoción con que se esperan los novios en la distancia, esperar la llegada de su Padre Jesús o su Santo Cristo. Si, todo suyo, en ese momento será más suyo que de nadie, después de toda una procesión de sentirlo y no verlo.
           
            Con tu gesto de humildad      
            engrandeces la cofradía,
            que sin ti nada sería
            ni hasta la misma Hermandad.
            En tu silencio está la verdad
            de la estación de penitencia,
            no me acusen de demencia
            si me atrevo a reafirmar
            que es una forma de rezar
            para alcanzar indulgencia.
            Tú, nazareno de fila,
            ejemplo de penitente,
            mantienes incandescente
            la fe que nos ilumina.
            El alma se te espabila
            y encuentras el consuelo
            en poder limpiar el suelo
            con la cola arrastrada,
            que es la alfombra soñada
            para el Rey de los cielos.

        (Marcha: Procesión de Semana Santa en Sevilla)

(LAS VISPERAS)

            La carretera que conduce a la Semana Santa se construye con los metros de asfalto del trabajo callado. Su representación escénica llega precedida de una ardua labor entre bambalinas. El trabajo impagable de un nutrido grupo de hermanos, puertos de atraque que evitan la deriva, en las labores de recogida de fondos, administración, montaje de altares y tronos, mantenimiento de las capillas... Llega precedida de duros ensayos de tardes de invierno de nuestros coros litúrgicos preparando los cantos; bálsamo sedante del sufrimiento de Cristo y catalizador en la transmisión de su Palabra. Llega precedida de miércoles de  agujas y retales en el taller de costura, hilando armonía.

            Y casi sin darnos cuenta, nos llegó el Miércoles de Ceniza, con su llamada a la humildad: estamos en este mundo de paso y tendríamos que aligerar más de peso el ego, no sea que en el viaje final haya que facturar más de la cuenta. Y nos abrió las puertas de una nueva cuaresma, siempre igual y siempre distinta, de novenas, quinarios y triduos con el bello y peculiar estilo arriateño de engalano de altares y melódicos cantos litúrgicos. En el recogimiento del primer viernes de marzo, Padre Jesús se hizo más cercano que nunca para recibir el beso del ruego escondido albergado en lo profundo  y que fluye al rozar de labios con su sagrado pie. 
           
            ¡Y ya es Viernes de Dolores, la víspera de las últimas vísperas! Nuestra Sagradas Imágenes preparadas están ya para santificar nuestras capillas con su presencia. Apenas finalice este acto, el silencio se gustará a sí mismo con la complicidad de la oscura noche de la calle Hornos. La luna se asomará silente, no sea que se despierte el Cristo que duerme acunado en la nana de voces blancas, la flauta, el fagot y el clarinete. Oración y silencio, para que Dios escuche. Arde en ascuas de fe la capilla , embriagada de incienso. De recibir de nuevo a sus Cristos, llegó el ansiado momento. Recemos con el Santo Cristo, ahora que mira hacia el Cielo.

            Sábado de Pasión, la caída de la tarde nos traerá el primer prendimiento amoroso del Divino Nazareno al aviso de campanas pregoneras. Sus apresores no traen espadas, sino oraciones, no traen antorchas, es el destello de ojos emocionados el que alumbra el camino. Por las calles de la feligresía paseará capturado de fervores. Espera la capilla de la calle La Fuente al que es fuente de vida.
           
            Del riego de oraciones en la penumbra de un cielo de encinas, de lo profundo de la tierra brota el Viacrucis íntimo del Cristo de los Espárragos. Martes Santo en Los Prados: sobria humildad de la súplica sincera. Tiempo de mirar hacia los adentros del alma, tiempo de reflexión serena. Oscuro silencio quebrado de rezos y música de capilla que engrandece, más si cabe, el silencio. Sobran parafernalias y ostentaciones: Dios se hace tan íntimo que se encuentra a gusto consigo mismo.

            Llegan días de acordarse de los que no estarán presente: de la archicofradía hermandad de cristinos y jesuístas fusionada en el cielo. Eso sí, alguna que otra porfía tendrán entre ellos. Su memoria merece nuestro esfuerzo honesto en dignificar nuestra Semana Santa.

            Días para tener presente a los cofrades arriateños que la frontera de la distancia y las circunstancias encontrarán cerrada. ¡Quién tuviera las llaves para abrir las puertas de par en par!

            Días para acordarnos de los que hacen la más grande estación de penitencia en una cama hospitalaria, al refugio de los pequeños templos de estampas cobijadas bajo la almohada o puestas sobre la cabecera de la cama. Estampas que se cruzan y entremezclan en el caldero de las devociones, las que se van con las que llegan. 

            O de la anciana de rojizos  ojos resecos que ya no le quedan lágrimas porque ya lo ha llorado todo sobre la dura tabla de su vida. Anciana que espera recostada sobre un ala de la puerta de su casa. Le sobran los nazarenos, le sobran los músicos, sólo quiere cruzar una mirada suplicante con su Sagrada Imagen en el corto instante de pasarle por delante, a la que tantas veces fue a visitar y ya no puede: pide por su gente, no pide por ella, ya todo le sobra. Si acaso, que le diga a San Pedro que se acuerde de ella y no la retenga demasiado. 

            Hemos ido arrancando hojas del calendario, hasta tropezar con marzo y celebrarlo igual que los soldados cuando las últimas cruces tachadas se aproximaban al ansiado día de la licenciatura.
           
            Las vísperas traen indicios anunciadores de la llegada de la Semana Mayor, son los pregones de los signos.  Entre ellos el de los encaladores y encaladoras purificando las fachadas. Sus pinceles son ciriales, su cal es cera blanca, que purifican las calles anunciado su llegada. ¡Acólitos de la pureza, dejad limpias las fachadas, que cuando pase Cristo sean espejos de su alma!
           
             LOS AUROREROS, al igual que pregonaron la Navidad, las purezas de María, las grandezas del creador,...en la madrugada de todos los domingos de cuaresma han venido pregonando la Pasión de nuestro Señor. Es el pregón más íntimo y místico. Convendría uno de estos domingos rebajar horas de sueño, quitarle descanso al cuerpo, para darle ese reposo del alma que dimana de los versos cuaresmales de los Auroreros. Cantos de pasión que, en el ensoñador silencio de la noche, nos transportarán a ese Arriate del ayer: de calles empedradas, regueros de agua, paredes de piedra encaladas sobre irregulares enlucidos,  bajos tejados de cubierta árabe y canales de latón envejecidas por el paso de mil inviernos.
           
            Sones de metal destemplado, cual si fuesen compases de bambalina golpeando las varas de palio, aderezados con rebajados acordes de guitarra de madera vencida, arroparán garraspeantes voces viriles entonando versos con sabor juglaresco. Ni los mejores cantos gregorianos en monumentales templos, por más que sea su afinamiento, podrán superar el encanto y la mística de las “tonás” de la Aurora en la catedral de los sueños de la noche arriateña.

            El más preciado tesoro antropológico de Arriate. “Tonás” de Juan Ruiz, Juan Gallego, Remontillo, Ánimas, San Lucas, Morón, Montellano, Campanilleros,....y salves gloriosas se ven desplazadas en tiempo cuaresmal por “tonás” de pasión. Bello relato en verso de la pasión del Redentor. En la intimidad de la noche el duende de los sentidos se hace presente. Es el pregón de Semana Santa más auténtico, desde siglos. No debieras perdértelo, aún te queda un domingo. Si vas a oírla, permíteme un consejo: dale cierta distancia, síguela de lejos, con sigilo (el duende es tímido y puede ser que se vaya); porque lo mágico de la Aurora está en escucharla sin verla.

            La cumbre de las vísperas coronaremos con el cautivador Miércoles Santo, zaguán de la casa de los días soñados. La tarde trae certeros augurios de la grandeza de lo que se avecina: nervioso ajetreo vespertino en las capillas, los primeros saludos de bienvenida, ir y venir de gente en la recogida de túnicas y capirotes, los problemas de última hora (“niño, llégate a casa de la tía Ana, que te preste la túnica que tenía su Juan de chico, que la tuya te queda ya muy corta”).
           
            La magna orquesta de la Semana Santa ya monta sus atriles: afinada orquesta de clarinetes de incienso, trombones de cera, timbales de flores, túnicas de tuba y saxofones,... Hemos de agudizar al máximo los sentidos para que no se nos escape tan celestial sinfonía.
           
            La noche del Miércoles Santo venía antaño marcada por los broncos sones de las trompetas anunciando el inminente prendimiento de Jesús el Nazareno. Trompetas de la  Hermandades de Jesuístas, Cristinos y  San Juan y la Magdalena,  germen de entrañables vivencias y anécdotas: una de ellas, el mayordomo de la Hermandad de San Juan se llamaba Blas y el trompetista José. Sitúense a principios de los años 50. Blas bajaba por calle Marbella,  donde estaba situado el cuartel de la Guardia Civil, alguien le advirtió que a la señora del Sargento Comandante de Puesto le dolía la cabeza para que no pasarán las estridentes trompetas por la puerta del cuartel. A lo cual, Blas, al encontrarse con el trompetista José le comunica que a la mujer del Sargento le encanta escuchar tan exquisitos sones. Sintiéndose halagado, apura el último trago para coger fuerza y diligente se encamina hacia la entreabierta puerta de cuartel. La abre de par en par con la trompeta y exhala una generosa pitada. En ello sale el sargento, les recuerdo,  de los años 50,  recriminándole aireadamente y advirtiéndole que si lo repite se traga la trompeta.
           
            ¡Bendito sea el Miércoles Santo! La luna de Nissam, embarazada de ilusión, alcanza su completa redondez para dar a luz el sueño esperado. Es la noche de Reyes del cofrade entusiasmado que le vuelve a salir el niño que lleva dentro.
           
            Hay que disfrutar al máximo de las vísperas, porque, apenas salga la primera cruz de guía, traerá con ella el principio del fin de la Semana Santa.  

( LOS DIAS SOÑADOS)

            Aún de noche cerrada, llegará el primero de los días soñados, el Jueves Santo. Sones de tambores en pasacalles serán nuestro despertador. Pese a la hora temprana, este madrugar nos sabe a mistela y rosquillo casero. Es un regalo de Reyes más magos que nunca. Las luces de las puertas encendidas anuncian los caminos del cautiverio. Olor intenso a café, hoy más cargado, que no se duerman los sentidos, hay que estar muy despierto. Pasos presurosos Callejuela abajo, los resplandecientes ojos del campanario marcan las seis y media. Se cumple el primero de los cuatro sueños, el fin de las vísperas ha llegado dando paso al vértigo.

            Abrir crujiente de puertas en calle La Fuente. Al fondo, sobre el cielo de la calle San José, la luna, acercándose a sus aposentos de Churripa, se demora, aguardando la salida de Padre Jesús. Quiere verlo antes de acostarse y dar el relevo de la guardia al astro rey. ¡Ojalá que llegue el sol con fuerzas y sin atisbo de duda, al igual que en los días venideros! Ojalá que no se vea engatusado y distraído por las suaves y húmedas caricias de las nubes. No está la lluvia invitada, ni es bien recibida, en estos días que nos llegan. Apenas  Jesús Nazareno asome a la calle, apresado será de fervor por una devoción popular que le aguarda inquietada con rictus de sueño interrumpido y le acompañará en su recorrido hacia el indigno juicio que le espera. El milagro de la luz “in crescendo” de cada mañana permitirá contemplar la serena belleza pálida de su divino rostro, temeroso,  resignado, destilando bondad. ¿Cómo pudo ser víctima de tal traición si con sólo mirarlo incita a la piedad?

            Recuerdos de la infancia alumbran en la memoria el cordón de vincas lilas  ensortijadas, fervorosamente recogidas por niños y jóvenes en nuestros campos en las luminosas tardes del Miércoles Santo. Grato archivo histórico que, ojalá fuese recuperable de la papelera de reciclaje del olvido. Fragante cordón que, abrazando su bendito cuello en suave caricia, era bálsamo aliviante de su tristeza. Y con el que la orgullosa Roma conducía sus pasos hacia y desde el huerto de Getsemaní, que en arriateño se traduce como “Los Molinitos”. Allí, abajo, le esperará el pueblo que le declarará culpable. Culpable de amor, culpable de apoderarse de los corazones, culpable de provocar ansias de que se gire, bendiga a los fieles y baje donde están ellos.
           
            Y de allí, por el inigualable entorno del río, de cal, tejas árabes y rocas, hasta El Asilo.  Ahí le espera el Sanedrín de ancianos, sumos sacerdotes con la sabiduría de los años, le pedirán el único tesoro terrenal que merece la pena: salud, “danos salud y a cambio te llevas nuestro indulto de gratitud”. Un intenso repiqueteo de campanas celebrará su llegada, es Madre Loreto la que no temía encaramarse en lo alto de la torre, y que ahora, haciendo honor a su advocación aviadora, volará cada mañana de Jueves Santo para hacerlas sonar a compases de gloria.
           
            Último tramo,  calle Hornos, abierta de par en par la coqueta capilla de fachada sublime donde esperan los cristinos con guión corporativo y ramo de flores. El ambiente, haciendo honor al nombre de la calle, hierve de emociones, ¡Hornos!, no cabe nombre más propicio para momento tan imponente. Al son de conmovedoras marchas melódicas el trono girará acompasado, hasta quedar frente a frente: en la puerta,  Cristo Nazareno Cautivo, dentro, Nuestro Padre Jesús Crucificado y Yacente. Se ven reflejado el uno en el otro y caen en la cuenta de que se está cumpliendo la sangrante profecía de Simeón. Las dos caras de una misma moneda, dispendio de amor y generosidad, que no debieran utilizarse nunca como abanderados de contiendas poco cofrades. Prorrumpe el aplauso, bellos de escarpia y despedida cumplimentada... Y habrá faltado algo: ¿no entras, Nazareno?¿Vas a pasar de largo? ¡Si tu supieses que también en esta casa se te quiere tanto! Hasta la misma rampa de la puerta te está invitando. Si tú hicieras por entrar, el Santo Cristo, él mismo, empujaría su trono para dejarte espacio.  Dile a tus horquilleros que para adentro. ¡Capataz!, cuando esté el trono girado manda “de frente”, sin reparos. ¡Jesús, por tu madre te lo pido, no pases de largo!
           
            Apenas unas decenas de metros más arriba, maniobra de entrada y primer monumento a la nostalgia. Media vuelta y por fin las cientos de promesas  lo tendrán de frente, mirándolas, a Padre Jesús, que con su mirada cabizbaja y ausente pareciera haberlas ignorado. Anhelantes le han seguido todo el camino, pero es ahora el momento de pedirle con más vehemencia la gracia deseada:

            Bendito tú, Nazareno
            ¿Por qué bajas la mirada?
            ¿Acaso los que te siguen
            contra ti pretenden nada?
            Si embelesados te miran
            cuando sales de tú casa.
            Aún era muy de noche y ya
            impacientes te esperaban
            para lanzarte suplicas,
            de rodillas si hace falta,
            y caminar detrás tuya
            protegiéndote la espalda.

            Aprietan en las esquinas
            con ansias de ver tu cara.
            A cumplir promesas vienen
            ¿y tú bajas la mirada?
            Unas piden por su niño
            otras, salud, que les falta,
            o quizás darte las gracias
            por ver su pena aliviada.

            Ya sé cual es tu respuesta,
            que la cruz es la que salva,
             también tú la padeciste
            para salvar nuestras almas.
            Mas pobre y débil, nuestra fe
            y la cruz se hace pesada,
            Señor  que todo lo puedes
            ¡Levanta, ya, la mirada!

                        En la mañana del jueves santo, tras la procesión, disfrutaremos del continuo ajetreo de ir y venir de regueros humanos: unos para quitarse la túnica, otros “a por churros”, o bien el café reconfortante,  los efusivos saludos a los amigos arriateños que viven fuera... Quizás una visita más a las capillas de La Fuente y Hornos con el achaque de algún olvido, que en el fondo no será otra cosa que nos costará alejarnos del radio de  acción de esta magia embaucante que invade el entorno, temeremos que el duende se vaya. Es la indescriptible sensación del contraste de un cuerpo cansado por el dormir escaso con un espíritu vivificado, exultante, rejuvenecido por las inyecciones de vitamina cofrade. Luminosa mañana de uno de los tres jueves que luce más el sol. Que así sea.

            En la capilla de la residencia de ancianos nos esperará Dios en el primero de los Santos Oficios del Triduo Sacro. Conmemoración de la Institución de la Eucaristía por nuestro Señor, del mayor ejercicio de amor que pueda haber: entregar su vida para darnos vida.  En el Monumento Eucarístico solemnemente exornado quedará reservado para la oración. Debiéramos los cofrades acercarnos un poco más al refugio de su silencio y recogimiento. No hay mejor lugar para la oración, para pedir, para reflexionar, incluso para saborear mejor la Semana Santa apartándonos por un rato del vértigo cofrade y digerir adecuadamente el atiborrado de gratos momentos que estamos ingiriendo.

            La guardia y custodia del Monumento quedará en manos de las guardianas de la fe y la caridad que son las monjas de Madre Petra. Antiguamente recaía ese cometido en la desaparecida guardia romana arriateña, pintoresca institución que, junto a las figuras bíblicas, complementaban y enriquecían la estética de la Semana Santa del Arriate del ayer. En cierta ocasión, la dimisión del centurión de los armaos, Juan B., fue salvada por la maestría del “Niño Marcos”, sabio herrero que, intuyendo que el deterioro del traje del jefe de la guardia era la causa de la renuncia, elaboró varias estrellas de capitán de reluciente latón y las incorporó al uniforme. Justa condecoración a los años de fiel servicio prestado, merecido ascenso al grado de capitán, a lo cual, Juan B., al vérselas colocadas, revocando su dimisión que parecía irrevocable, exclamó un contundente y a su vez enorgullecido “ya estamos tardando”.

            Del rico bagaje de versos de Los Auroreros,  ante el  Monumento Eucarístico, cantarán con acordes celestiales una de sus salves más emblemáticas:
            “Contemplemos el augusto Misterio tan sacrosanto
            que instituyó Jesucristo la noche del Jueves Santo”
           
            Así comienza el Himno de la Institución del Santísimo Sacramento. Hoy honran y engrandecen este pregón con su presencia, por lo que les quedaré eternamente agradecido.

                                                   (Salve de los Auroreros)

            Caerá la noche, de la Residencia, a la capilla de Padre Jesús. Los Auroreros, notarios de la Pasión de Cristo, certifican y proclaman la sentencia dictada por Pilatos en una salve plagada de amarguras. El sonido estridente de campanillas y platillos se le incrustan a su Dolorosa Madre, allí presente,  como puñales de dolor. Ni los místicos tonos de la Salve, ni el devoto cantar pueden dulcificarle la cruel noticia mortificante. Su unigénito ha sido condenado: “Ibis ad crucem”. ¿Cómo es posible que no encontraran un Barrabás, cómo es posible que la dulzura y bondad de su rostro no hallara piedad? La noticia corre raudamente por los confines de Arriate y sus campos. El pueblo acude en masa calle Ronda abajo al reclamo de tambores ejecutorios. Alertado estaba del matinal presagio de un veredicto de culpabilidad del Príncipe de la Paz.

            Padre Jesús, entre brumas de incienso y la tenue luz de los candelabros, inicia el Viacrucis redentor. Esta noche, todas las calles del pueblo se llaman calle de las Amarguras. Las luces de las puertas marcan el itinerario, no puede haber ni cabe equívoco o duda, la obra de salvación así lo requiere, el sacrificio es necesario.

            Nuestra Señora  le seguirá de continuo llevada por la inercia del dolor. Sus anónimos  costaleros se esforzarán en aliviarla con miradas de caricias y hombros de paño de lágrimas. Una tromba de pétalos la esperará en José Montes, mitad para sosegarla extasiándola de fragancias, mitad para velar la visión de su hijo al fondo de la plaza que le espera en un conmovedor encuentro con aires de nostalgia de adiós del Jueves Santo.

            El Divino Nazareno ganará los últimos metros cargando su pesada cruz. ayudado por un rejuvenecido y  fornido cirineo,  por el que no pasan los años y al que llaman Simón.
           
            Cansado viene el Señor,
            duro ha sido el tormento,
            ayúdale noble Simón
            y pregonaré a los vientos
            tu bondadosa condición.

             El segundo monumento a la melancolía se está levantando. ¡Bien grato ha sido el día para parecer tan corto habiendo sido tan largo! En la despedida, un adiós y un rezo:

            Un primer viernes de marzo
            recé besando tu pie
            te pedí  por mis hermanos
            ahora te ruego otra vez
            que no sea mi rezo en vano.

            Rogando a Dios que así sea, llegará un resplandeciente Viernes Santo de azul intenso y deslumbrante sol picón. Mañana de saludos y reencuentros en torno al portentoso Crucificado y su bendita Madre. Tarde de Santos Oficios de rememoración de la Pasión y Muerte, y adoración de la Cruz redentora. Día grande donde los haya, donde vamos a evocar el  Misterio cumbre de la Semana Santa, pináculo de la Pasión del Señor, la muerte de Cristo en la cruz. En la Santa Veracruz, motivo devocional de la antigua Hermandad de Veracruz y Sangre, originaria de la actual de “Los Cristinos”, sacada a la luz gracias al buen hacer investigador del amigo Sergio Ramírez. 

            Al sonar de las bandas en pasacalles el pueblo sacará de si el “Marengo” que lleva dentro, impulsos eléctricos activarán el resorte cofrade y, respondiendo a la llamada, conducirá sus pasos instintivos al calor emocional de la calle Hornos.

            Al abrir de puertas, el majestuoso Cristo de la Sangre pronunciará por boca de los Auroreros las Siete Palabras que ponen fin a su vida terrenal. He de rememorar la Segunda Palabra que pronunció en la mañana de un domingo de abril de hace varios años, pasada la Semana Santa: por obras en la Parroquia, el Santo Cristo se encontraba en la capilla donde iba a celebrarse misa de doce. Al pasar por delante de ella el féretro de Fabián, joven cristino víctima de un accidente de tráfico, las puertas se abrieron de par en par. Sus amigos que lo portaban instintivamente giraron para ponerlo de frente al Cristo: “al igual que San Dimas, esta tarde estarás conmigo en el cielo”. Al igual que están tantos jóvenes que echamos de menos. 

            Salvará por milímetros el dintel de su morada en una maniobra difícil y apurada de los briosos costaleros. Desearemos que el sol dibuje sobre su cuerpo la aureola de luz intensa acrecentada por el dorado de su trono, en una rendición de culto del Astro Rey hacia el Rey Supremo.

            Iniciará el  tránsito de su continua expiración con cadenciosa y suave mecida,  esquivando las ofensas de mil sayones de cables. Más que andar, navega sobre su barcaza de hombros negros. El mástil es su cruz que sujeta la vela de la Salvación, impulsada por los generosos vientos musicales. 

            Al pasar por las puertas de esa casa de Dios que es la residencia de ancianos, se verá reflejado en los piadosos ancianos y en un guiño de complicidad, evocará con las monjas la Quinta Palabra expirante: “tuve sed y me distéis de beber, estaba hambriento y me alimentasteis, desamparado y vosotras me cobijasteis”.

            Gracias os doy, Madres, por vuestro dispendio de amor
            Ya os lo premiaré yo cuando estéis ante el Padre.
           
            Y así, poco a poco, en las aguas calmas de la devoción, pondrá proa hasta alcanzar los siempre mágicos Molinitos, ayer Huerto de Getsemaní, hoy nuestro particular Monte Calvario, envidia del mismo Jerusalén. A sus pies, el pueblo conmovido se agolpa extasiado para contemplar la consumación de la Pasión del Señor.

             Cuando el Cristo cruza el puente del Huerto, ya en calle Río, en la terraza de mi amigo Antonio serán bienaventurados de acariciar su cruz al pasarles por delante, ¡Cuán afortunados, tenerlo tan cerca de poder rezarle con las manos! Nuestra Señora de los Dolores le espera en el cautivador entorno del río, el pueblo allí presente es el San Juan que la consuela y arropa en su escalofrío. Es la proclamación de la tercera palabra expirante de su testamento. No le dolerán al Crucificado ni la corona de espina ni la herida de los clavos, ni los cientos de golpes, tampoco los latigazos. En el conmovedor encuentro, sólo le duele contemplar el sufrimiento de María, y aguantará el último halo de vida para que no le vea morir. No llores Madre, no llores, que no son más que heridas que en tres días no curen.

            En el embrujo de la noche, lentamente, sin que lo sienta marchar, se perderá río abajo, encauzado de chopos, tejas y penumbra, sin que  lo haya visto morir su madre. Ni su madre ni nadie, nadie ha visto morir mi Cristo, eternamente expirante: 
           
Mirad el Crucificado
            que navega, no camina,
            todo el poder en sus manos
            si un milagro le suplicas.
            ¡Santo Cristo de la Sangre!,
            eres agua de Ventilla,
            refrescas a los sedientos
            purificas las heridas.

            Eres sal de Morosanto
            Eres sol que siempre brilla
            cuando las tardes de junio
            se acuesta por Chinchilla.
            Loado maná del desierto
            para todo aquel que emigra.
            Eres Puerta del Sagrario,
            fruto bendito de espiga.
            Eres grande y eres chico:
            casi te falta capilla
            más si piden ayuda
            te cuelas por las rendijas.

            Es tanto tu embrujo que...,
            Dios me libre de herejía,
            si digo que por tu rostro
            enloquecen las chiquillas.
            ¡Que suerte tiene la Virgen
            que la llames madre mía!
            Que triste quedó Lastrucci
            cuando dejaste Sevilla.

            En la intimidad del templo exhalará su definitiva séptima palabra. Sin embargo, veinte siglos después sigue retenido a la cruz, ha de seguir muriendo porque la humanidad no ha sabido o no ha querido captar su mensaje de salvación. Retienen sus brazos los clavos de la falta de amor y hermandad provocada por tanta soberbia; los clavos del egoísmo, la avaricia y la insolidaridad provocadora de hambre y guerras. Aprisionan sus pies, no dejando volar su obra redentora, la falta de fe, de caridad y de confianza en su palabra de los que nos contamos entre su séquito: seglares, clérigos y hermandades.
        
            La mañana del Sábado Santo vendrá impregnada de ritos nostálgicos, anunciadores del epílogo final: desmontaje de tronos, traslado de imágenes a sus nichos, exorno floral del templo premonitores de la  Resurrección para consuelo de Nuestra Señora de los Dolores, evitándole el amargo trago de ver su hijo muerto, intuyéndolo resucitado. En la capilla de los cristinos, privilegiadas y virtuosas manos amortajan el cuerpo de Cristo con rosas, iris y claveles.

            Los primeros tintes del ocaso anuncian la hora del sepelio. Arriate y parte de la Serranía acuden, con la dignidad y el respeto que el momento requiere, al Santo Entierro de Cristo. El trono sepulcral, monumento andante que roza lo sublime, se abrirá paso entre la multitud expectante. Recias saetas y los excelsos sones de marchas fúnebres, acompasados de toques graves de tambor destemplado, cual si fuesen toques de agonía, acompañarán el armonioso transitar a la Resurrección por las condolientes calles del pueblo. Tal es la serenidad del Cristo, que parece dormido, no muerto, tal como lo ven los niños pequeños. Serena muerte de quien tiene la convicción de la obligación cumplida y la certeza de la Resurrección.

            Nos embargará la mayor de las nostalgia de ver la recogida del cortejo fúnebre. Noche cerrada, en la puerta de la Iglesia, la penúltima parada. Su Madre duerme dentro, ¡Joaquín, toca suave la campana! Con cuidado, costalero, que ella no se entere de nada. Ya la despertará la algarabía de la Resurrección anunciada. La capilla sepulcral le espera con sus espadañas apuntando al cielo, como un índice de donde habremos de buscarlo. Ansiaremos parar el reloj, detener el tiempo, que se haga eterno tan maravilloso momento. ¡No corras, horquillero! Que se nos va, se nos va la Semana Santa.

            ¡Ay, Santo Cristo Yacente!
            eres el broche de oro.
            Arriate estará presente
            para despedir su tesoro.
            Vencida ha sido la muerte.
           
             (canto de la Dolorosa por el coro del Cristo)                       





(LA SEÑORA)

            ¿Por qué estás triste Madre? ¡Alégrate DOLORES que hoy es tu día! Han venido para felicitarte, aquí tienes tu feligresía. Arriate está hoy gozoso de contemplarte presidiendo el altar, tan guapa como de costumbre. ¡Venga! Déjate de pucheros y sécate las lágrimas. Que no tienes derecho a estar triste y lo sabes. Desde un primer momento intuiste que, cuando Dios te privilegió engendrando en ti, no iba a ser para cosa banal. Sabías que tu unigénito venía para construir la gran obra de redención y, en ese contrato vital, incluía el padecimiento, martirio y muerte. Pero también sabes, de sobra, que es un sufrimiento pasajero: que así que pasen tres días lo verás resucitar triunfante en el mayor éxtasis glorioso jamás conocido. No te martirices en verlo hoy cautivo, crucificado o muerto.

            Alégrate Señora, míralo también cuando era niño con su padre San José de la mano, o con su tío San Antonio en brazos. ¿Ya no te acuerdas de aquel susto que te dio cuando, perdido en el tumulto, angustiada, por fin lo encontraste en el templo? Querías regañarle pero no podías, pudo más el orgullo y la satisfacción de madre al comprobar que, siendo un crío, había dejado boquiabiertos a los más sabios doctores de Israel. Lo vistes crecer aprendiendo el trabajo de artesano en la carpintería, ¡cómo disfrutabas contemplando las buenas migas que hacía con tu esposo! ¿Y en las bodas de Canaam?, no cabías dentro del traje henchida de satisfacción cuando tu hijo, de unas ánforas de agua, decantó un exquisito vino que ni los mejores caldos del Duero.

            ¿Acaso no te consuela comprobar cada año con que cariño y prestancia acuden tus horquilleros, cada Jueves o Viernes Santo, y Abel entre ellos. Y cuando el varal se va haciendo más duro, más gélido, más afilado,... más aprietan hacia arriba para que no se venga  tu trono abajo? Ese trono que los magníficos grupos de floristas consiguen convertirlo en un altar andante, hechizado de aromas, para que sedada no te des cuenta del duro trance.

            ¡Alégrate Madre! Todo ser, todo ente cofrade quiere reconfortarte, quiere dibujarte una sonrisa de consuelo :
                       
                        Aquí tienes a tu pueblo, 
un arriate de geranios.
                        Estuvieron los almendros
                        que se vistieron de blanco
                        y también la primavera
                        con el verde de los campos,
                        las cigüeñas del molino,
                        el encalijo de marzo.

                        ¡Cómo no! Los arriateños
                        que de fuera nos llegaron,
                        un ciento de La Junquera
                        y de Francia otros tantos.
                        ¡Ay que coraje más grande!
                        Que tan solo te faltaron
                        aquellos los emigrantes
                        que ya nunca regresaron.

                       
                        No te pongas triste Madre.
                        Tú que eres Virgen del Prado,
                        el Pilar inquebrantable,
                        en el Asilo el Amparo,
                        eres Carmen marinera,
                        Fátima de lusitanos,
la Piedad Auxiliadora,
                        Inmaculada y Rosario.
                       
                        Envidia de la mujeres
por haber a Dios gestado.
                        Tus ojos serán dichosos
de verlo resucitado.
Y para que alegres la cara
                        tu banda ya está sonando.
                        ¡Por Dios, Virgen María!
                        ¿Cuándo va a parar tu llanto?

                                                                                   
                                     (Marcha: Encarnación Coronada)

(LA RESURRECCION)

            Un aleluya de escasa edad anunciará a los vientos que Jesucristo ha resucitado en la mañana del domingo más refulgente. La gran obra de salvación se perfecciona. Del Hombre enterrado nace el Niño triunfante. Y que mejor manera de hacerlo que con los “pequeñajos”, que se afanarán ilusionados en generosas mecidas y vigorosas “levantás” a pulso de sus tronos.
           
            Hay que mirar la Semana Santa con la ilusión con que lo hacen los niños, con la misma inquietud con que escrutan todos los detalles. Esperar la llegada del momento soñado con la misma nerviosa ansiedad, pasada de revoluciones, que a veces resulta exasperante, pero que siempre transmite vitalidad. Porque, es tal el compendio de sensaciones, experiencias, sentimientos, impresiones,... ¡Es tanto lo que nos llega! Se trata de un bombardeo de instantes y momentos que nos parecerá estar en un perenne estado de embriaguez. Por ello necesitamos activar al máximo nuestros sentidos, y para  ello no hay mejores catalizadores que los niños. Hay que ver, oír, oler, saborear como lo hacen ellos; no sólo a través de los sentidos, sino también vía impregnación por los poros de la piel. Ya lo avisa el evangelio: “él que no sea como un niño no entrará en el reino de los cielos” Y lo que está a punto de llegar es todo un cielo.

(EPÍLOGO)

            El pregón avista ya las puertas de su templo, la cera, casi consumida, dibuja sobre sí misma caprichosas figuras con el pincel de la fe. Las zapatillas del penitente menguan varias tallas aferrándose a los pies, cayendo en la eterna contradicción irresoluta: el cuerpo pide la recogida, el corazón..., el corazón pide varias calles más, no quiere que se termine, un año de espera es mucho tiempo. El público, presintiendo la inminencia de la llegada del trono, extrema la atención, no queriendo perder detalle porque sabe que son las últimas secuencias de esta película tan esperada. ¡Qué tendrá la Semana Santa, cuál no será su embrujo, que año tras año vuelve a cautivarnos como si fuese el primero!

El hombro del costalero siente como el peso ha ido subiendo en la misma proporción que aminoraban las fuerzas. El varal, al que en la salida se aferraba en un abrazo de complicidad fraternal, se torna rudo y traicionero insistiendo en martirizar el hombro. Son los momentos de tirar de vísceras para mitigar el dolor y que el varal no nos pueda. Y ésta es la ocasión   propicia para pedir porque es cuando se está más cerca del hijo de Dios y sus oídos son más sensibles. Ya suena la campana, ¡arriba con ganas, sin arrugarnos!, mira que si no los kilos van para el hermano. Es el momento de acordarse de los padres y decirnos va por ellos.

             ¡Y vámonos de frente!, con la cabeza bien alta porque esto es lo nuestro, lo que nuestros antepasados han hecho desde siglos, sin avergonzarnos porque ningún daño hacemos. Vámonos con la cabeza alta, pero con el corazón humilde y sincero porque nos queda mucho por hacer, hay que levantar el trono del tercer mundo, el de la pobreza, el de la solidaridad, el de la tolerancia, el de la perdida de valores de la sociedad, el de la paz, y éstos tronos también están muy necesitados que arrimemos todos el hombro: Hermandades, hermanos, público y sociedad, porque esta procesión es de todos.

            ¡Horquilleros! Vámonos con ganas, que ya es la última, que nosotros somos muchos y entre todos podemos. Vamos a acordarnos de aquellos horquilleros de casta de los años sesenta, cuando tanto hueco había en los varales  y había que apretar bien los dientes, aquellos años en que apenas se llegaba a  treinta.

            ¡Vamos a disfrutarlo!, ¡es tan grande lo que llevamos!, vamos a echar el resto que luego Dios pagará el ciento por uno. Y si no..., se lo recordará su Madre, tenlo por seguro

            ¡Despacio costalero, échale plomo a los pies!, que ya estamos encarando las puertas del templo. Vamos a revirar poco a poco la barca del Divino Pescador, que cargado lo lleva de corazones robados, como de peces llenó la suya San Pedro.            

            ¡Despacio!, que luego la espera es larga. Vamos a disfrutarlo. ¡Tan lenta que parecía en la calle Ronda y ahora es como si estuviera empezando! Despacio, que puedan recrearse los que han ido todo el tiempo por delante sin verlo.

            Vamos de frente, ¡cuidado con el dintel de la puerta!, más abajo el varal derecho,  que entremos todos por parejo, que en las Hermandades estamos todos en el mismo barco, nadie sobre nadie, sólo Dios encima.

            Y casi sin darnos cuenta caeremos en las redes de la resignada melancolía del Lunes de Resurrección. Un año más habremos mordido el anzuelo del gozo efímero.  Meditaremos los apasionantes y emotivos momentos..., quizás alguna lágrima emocionada. Vivimos con tanta intensidad la Semana Santa que no nos damos cuenta que se acaba. Pero así hay que vivirla, como la vida misma, porque sólo se vive si se vive con intensidad.

            En los días venideros pasearemos por los caminos de la nostalgia, nos guiarán los regueros de cera roja y blanca. imbuidos en recuerdos, nos parecerá oír ecos de tambores en la distancia, retornarán aromas de incienso. ¿Te imaginas si todo volviera a comenzar de nuevo?

            Un redoble de tambor nos rescatará de las divagaciones, la curiosidad nos acercará a su origen. Al doblar la esquina..., ¡no te lo pierdas, una procesión de los niños, de las de siempre!: con su cruz de guía de tablas de madera con paño de pureza de retales de alguna sabana vieja. Tambores de lata o cartón de detergente de 5 kilos,  aunque ya más reciente tambores de parche medio en regla. Los músicos visten gorras legionarias de cartulina y, en las muñecas, mangotes de cartón arrancados de las pastas de libreta con grapas a juego, (dos redobles bien y pifia en el tercero). Acompañan en el cortejo varias mantillas, maquillaje con abundante barra de labios a modo de clavel reventón, zapatos de tacón (deduzco que de algún número superior); alguna se ve negra para mantener el equilibrio y el “malange” del padre, en lugar de ayudarla..., echándole mil fotos con la cámara digital. 

            El trono..., ¡no te lo pierdas!, caja de frutas en posición invertida, con varales donados por alguna carpintería, o quizás palos expoliados al escobón y la fregona. El capataz, centrado en su trabajo, se afana en que los desigualados costaleros cojan bien el paso. Difícil está la cosa con la apreciable diferencia de estatura que se observa. Alguno de ellos aprovechará una terraza en alto para echarle una sentida saeta con un tono un tanto libre.

            ¡Anda que no hay arte en este pueblo! ¡Qué capacidad tienen los niños para escribir derecho sobre renglones torcidos! Y con ellos ahogaremos la nostalgia de  lo pasado en los tragos destilados de su tonificante espontaneidad, recobrando la ilusión en lo futuro. Nos volveremos a entusiasmar con una nueva explosión cofrade de devociones y sentimientos, soñaremos con nuevas primaveras de emociones para sentirnos más vivos que nunca. Nos aliviará comprobar que el futuro está asegurado con una póliza blindada. Nos reconfortará la firme convicción de que llegará una nueva SEMANA SANTA, seguro que llega, siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Y ustedes la disfruten.


¡AY “QUEÓ” Y MUCHAS GRACIAS!



FRANCISCO MANUEL GAMARRO SANCHEZ